domingo, 19 de enero de 2014

DIOS

Mi elegía es danzar y ungir mis cabellos con vino. Esta noche derrocharé mi hacienda, yo, jugador obstinado que apuesta siempre por el mismo número. Con qué podría compararse este mundo invadeable sino con un casino en que, bajo una luz tan rojiza como la del amanecer, la rueda de una noria y las aspas de un molino giran tan vertiginosamente como una ruleta, y junto a la dama escotada y el joven del bigotito está Dios que apuesta por el mismo número que yo. Perderemos alegremente, si es preciso, hasta la camisa, pues todo nos lo hemos jugado esta noche a una sola carta, pero las estrellas siempre son malos naipes. Nuestro caudal hemos dilapidado, seremos la vergüenza. Yo, cuando llegue a mi casa sin nada. Él, cuando venga sin nada al mundo. Mi elegía es danzar y ungir mis cabellos con vino, y ver las cartas de Dios. El Espía de Dios. Descenso al Cielo. Peor que matar a Dios es construirle un templo; hoy ya nadie le ejecutaría, pero todavía muchos le condenan a cadena perpetua. Pero mirad, ahí está el Dios, en la batalla y en la paz, en el amor y en el odio, en la ternura y en la violencia, en la herida y en la cicatriz, en la dicha y en el tormento, en la mano que se alza sobre mí y en la que me sostiene. Más él no habita en la indiferencia.